llevo unas semanas que no paro. La insistencia incontrolada de mi jefe para que mandara unos resúmenes (abstracts en la jerga) para unas conferencias, ha provocado que, a menos de 15 días de que comiencen, y con menos de la mitad del trabajo acabado, mi nivel de ansiedad y de estrés se haya multiplicado por 100. Además a eso hay que añadir que mi jefe lleva de vacaciones desde el 20 de julio y que tengo a mi cargo a una jovencita rusa alta y rubia con ganas de trabajar.
Ante la falta de creatividad y tiempo originada por tales circunstancias, voy a empezar una sección que se basará en reciclajes de historias pasadas, guardadas entre ceros y unos en la inmensidad de algún servidor desconocido.
Aquí va la primera parte:
Una mujer paseaba a su perro por la acera de enfrente. Sus ojos se abrieron. Seguramente no llevaba ni diez segundos dormido, pero el darse cuenta de que se había separado, aunque sólo fuera mínimamente, del mundo consciente le alarmó. Se puso en pie con decisión y fingiendo entereza dirigió sus pasos rumbo a casa.
Hacía frío, mucho más que las noches anteriores, pero su sentido de la responsabilidad había hecho que, hacía aproximadamente 10 horas, antes de salir de casa, hubiera mirado la predicción meteorológica. Aún así, la combinación de jersey y abrigo elegida había bajado su efectividad
tras las dos últimas horas. Desde que se bajó del tranvía había estado deambulando y había otorgado al frío todos los salvoconductos para colarse definitivamente entre sus huesos.
-¿Qué hora es? se preguntó y echó mano al móvil, ya que la correa de su reloj de pulsera se había resquebrajado hacía ya varias semanas en El Corripio.
-Las 7:03. Joder, habrá que ponerse en marcha. La carrera es a las 8.
La batería del móvil aún dio para grabar un video antes de apagarse definitivamente y arrebatarle a su dueño su única referencia temporal. La bombilla del portal número 25 de la calle no estaba bien apretada y la luz titileaba al tiempo que emitía un horrible zumbido.
Estaba triste. Por primera vez parecía como que la ciudad no le respetaba. Se había mostrado agresiva, impertinente y eso le había decepcionado. Se cruzaron por su mente las imágenes de ella despidiéndose de él, pero eso había sido hace mucho tiempo. Recordaba que estaba aburrida y él mismo les animó a que se fueran a casa. Al fin y al cabo no estaban en su ambiente. Él en el fondo también lo agradeció.
La fiesta había empezado mucho antes de que llegaran, a juzgar por el estado en el que se encontraban algunos de los invitados, pero no fue la fiesta lo importante. Cuando salió era ya de los últimos. No se paró a contar qué o cuánto había bebido pero aún saboreaba el último porro artesanamente amasado con tabaco de liar cuando abrió el portal.
27.
Lübbenerstr. 27.
Era consciente de que si bebía algo más su cuerpo le iba a mostrar con toda crudeza lo que hace con los alimentos una vez los traga, pero eso no le quitó el deseo de humedecerse el gaznate de nuevo, así que tomo la decisión de comprarse un croissant en la panadería antes de hacer una parada en los turcos de debajo del metro para comprarse una Warsteiner de medio litro. Llegó a sentirse aburguesado cuando subieron los punkis al tranvía con sus cervezas de 25 centimos y sus perros llenos de piojos; la suya había costado 1,30 y además tenía una ducha en casa. Recordó también como los restos que quedaban en la botella al decidir bajarse unas paradas antes de su destino fueron esparcidos por el suelo. El hambre volvió a pedir turno de palabra y la conversación con el dueño del local de kebabs se limitó a la petición de un Döner con queso y a dar las gracias. La botella la dejó en la entrada con la intención de recogerla al salir para cobrar
el pfand al día siguiente y casi lamentó la pérdida de esos 8 céntimos cuando el compañero que estaba limpiando las mesas recogió su botella y la metió en una caja.
Desde ese momento todo fue cuesta abajo. Klub der Republik, August Fendler, Zu Dir oder zu Mir, Alte Kantine, Soda, 23, The Doors, incluso en el Knaack le fue denegada la entrada. Algunos estaban vacíos, otros cerrados aunque llenos de gente, en algunos había que pagar...... él sólo buscaba un sitio para estar. Nada más. Hacer tiempo hasta la carrera.
En casa estaría ella, soñando, pero volver no era una opción.
Lo intentó en el último sitio que tenía en mente. El Magnet. La puerta estaba cerrada, pero se abrió para dar salida de una pareja con ganas de acabar la noche en algún lugar más cómodo. Aprovechó para colarse. Se fue hacia una mesa, dejó su abrigo encima y se dirijió hacia la barra. Ahora lo que le apetecía era un whiskey.
Volvió con las manos vacías y tuvo que levantar el abrigo de la mesa porque un maromo equipado con un trapo y una botella de ginebra así lo quiso. Al poco, un foco intenso iluminó en local y la música cesó. Señal inequívoca de que el local, como portavoz oficial de la ciudad, le echaba de allí a patadas.
Lejanas le parecían ya las campanadas de la Inmanuelkirche que había oído mientras se dirigía a la Greifwalderstrasse -DOOONG DOOONG DOOONG DOOONG DOOONG DOOONG. Al
salir del Magnet había vuelto a mirar el reloj, esperando que fuera la hora apropiada. Pero no. Así que decidió sentarse a esperar.
Una mujer paseaba a su perro por la acera de enfrente. Sus ojos se abrieron. Seguramente no llevaba ni diez segundos dormido, pero el darse cuenta de que se había separado, aunque sólo fuera mínimamente, del mundo consciente le alarmó. Se puso en pie con decisión y fingiendo entereza dirigió sus pasos rumbo a casa.
Tenía que hacer algo más de tiempo. El visitante tenía que salir de casa a las 7:45. Él mismo le había explicado la tarde antes cómo llegar a la estación de Zoo, y aún se acordaba: 7:58 coger el tranvía M1 hasta Hackescher Markt, 8:17 coger el S-bahn S75 en dirección a Spandau.
El trayecto a casa no tendría porque durar más de 10 minutos, pero logró que se trasformaran en media hora. Hizo una parada en una panadería y compró unos panecillos. Eso es lo que hace la gente decente. Dos de semillas de calabaza y dos de sésamo. La petición la tuvo que repetir al menos tres veces, ya que su dicción a esas horas de la mañana, estaba reñida con las vocales con diéresis. El sol había ya despuntado y los atléticos berlineses corrían por la calle embutidos en ridículas mallas. Qué se le va a hacer. Son dos formas distintas de ver la vida. Incapaz de saber la hora, se alejó de casa para dar un rodeo, otro más. Pasó por delante de la comisaría, del parque, del restaurante de sushi que tanto le gusta, atravesó el parking -solar habitado por coches- que hay debajo de su edificio y se fijó en la matrícula de uno de los coches que allí había. WÜ. El sello
de rombos blancos y azules hizo que se fijará más hasta descubrir que el coche era de Würzburg, curiosamente la ciudad bávara a la que se dirigía el tren que el visitante tenía que coger en aproximadamente una hora y lugar del bautizo al que estaba invitado.
Subió las escaleras no sin antes abrir el buzón. Recordaba perfectamente haberlo abierto antes de salir hacia la fiesta, pero ya no sabía que pensar de los carteros alemanes. A lo mejor habían dejado una carta. Un pase para la fiesta del Mojo Club en el Roter Salon a la que no había podido ir la noche anterior.
Al entrar en casa apareció el pasillo. A un lado una puerta entreabierta dejaba ver un bulto sobre la cama. Si hubiese fijado más la vista podía haber reconocido la cara de ella entre tanto pelo. Al
otro lado el salón, hogar de la tele, cuyo sofá había estado ocupado las últimas dos noches por el visitante. Estaba a punto de irse. No había desayunado así que le pareció bien darle uno de los panecillos que había comprado. De sésamo, que los de calabaza le gustaban a él.
Cerró la puerta tras de sí y aún podía oirle bajar las escaleras con la maleta cuando se tumbó sobre el sofá, encendió la tele y se puso a ver la carrera. Cuando volvió a abrir los ojos, un sonriente Fernando Alonso rociaba con Champagne la cara de su jefe. En ese momento sentió
envidia.
Well, show me the way
To the next whisky bar
Oh, don't ask why
Oh, don't ask why
Show me the way
To the next whisky bar
Oh, don't ask why
Oh, don't ask why
For if we don't find
The next whisky bar
I tell you we must die
I tell you we must die
I tell you, I tell you
I tell you we must die
Oh, moon of Alabama
We now must say goodbye
We've lost our good old mama
And must have whisky, oh, you know why
Oh, moon of Alabama
We now must say goodbye
We've lost our good old mama
And must have whisky, oh, you know why
Well, show me the way
To the next little girl
Oh, don't ask why
Oh, don't ask why
Show me the way
To the next little girl
Oh, don't ask why
Oh, don't ask why
For if we don't find
The next little girl
I tell you we must die
I tell you we must die
I tell you, I tell you
I tell you we must die
Oh, moon of Alabama
We now must say goodbye
We've lost our good old mama
And must have whisky, oh, you know why
.
1 comentario:
Vaya, no hace ninguna gracia cuando la ciudad te repudia. Triste noche.
Y cuidado con los bancos que son traicioneros, y más allí con la fresca.
Ánimo!.
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